“HIJOS DE LIVILCAR:REGISTRO DE LAS MEMORIAS DE UN PUEBLO”

Ximena Martínez Trabucco*

Fernando Graña Pezoa **

RESUMEN

 La llegada de la modernidad ha provocado sobre los antiguos asentamientos en los sectores altiplánicos y serranías la desestructuración de sus ancestrales formas de vida, dando como resultado procesos migracionales hacia sectores costeros, despoblando en su totalidad algunas localidades rurales.

El presente trabajo tiene por objeto mostrar a la luz de la percepción de dos de sus comuneros residentes en Arica, con cargos dentro de las organizaciones que se dan en el marco urbano, las distintas fases por las que ha atravesado el pueblo de Livilcar, al hacerse parte de este viaje rumbo a la costa, lo que ha reducido la vida en el pueblo a la memoria de sus comuneros.

INTRODUCCIÓN

  Un fenómeno social de gran impacto en el pueblo aymara es la migración hacia las grandes ciudades de la región tarapaqueña, llegando esta a duplicar la cantidad de habitantes que aún albergan a los poblados del interior de la región (González y Gundermann, 1989). Los motivos de esta migración de población rural  hacia al medio urbano, son de génesis variado, distinguiendo como las más representativas, en orden de importancia (según Grebe, 1986) a: la sequía, educación, presión social, el trabajo, y factores varios.  Dicho proceso se masificaría en los años sesenta, llegando hoy en día a la cifra de más de treinta mil residentes de origen aymara distribuidos entre Iquique y principalmente Arica. La mayoría de estos aymaras son chilenos junto a algunos de origen boliviano (González 1997).

Este cambio de asentamiento implica una alternancia de los modos de vida y pensamiento campesino rural y los adoptados frente al espacio urbano, ya que es necesario dentro de un proceso de adaptación al nuevo ambiente un cambio en algunos esquemas de representación mental que les proporcione algunos patrones de adaptabilidad que les permita insertase dentro de una cultura y sociedad chilena criolla dominante. En la cual pasan a ser aunque gran cantidad de residentes, un grupo minoritario. Dentro de esta adaptación podemos distinguir el “fenómeno organizacional” de los aymaras en la ciudad de Arica, como una de las tantas respuestas adaptativas al contexto urbano (Tabilo et al., 1995; González, 1997).

Estas organizaciones étnicamente aglutinantes, creadas para dar solución total o parcial a problemas específicos (sequía, comercio, cultura, etc.) lograrían una continuidad en el tiempo como entes coercitivos aymaras, cambiando muchas veces de nombre y objetivos, pero manteniendo un rol definido. Según González (1991), las organizaciones se podrían clasificar en: locales o comunitarias (hijos de pueblo, cofradías religiosas, comunidades indígenas), organizaciones económicas (cooperativas y asociaciones gremiales) y, organizaciones culturales.

Otra respuesta adaptativa la podemos observar en la concentración de población aymara en áreas o sectores específicos dentro de la ciudad. Son entonces los barrios, otrora terrenos baldíos ocupados o tomados por migrantes aymaras, nodos étnicos de población dedicada a reproducir - dentro de sus posibilidades- parte de las tradiciones propias de su pueblo. Entre estas encontramos una economía familiar dedicada principalmente al comercio detallista y ambulante dentro de ferias, mercados y terminales agropecuarios (González, 1997).

El vínculo con sus pueblos de origen se reafirma en forma temporal con visitas esporádicas dependiendo de la situación laboral y disponibilidad de medios económicos de los pobladores. A los pueblos son llevados regalos o encargos hechos por amigos o familiares principalmente ropa y electrodomésticos. A su regreso del interior traen productos agropecuarios propios de su comunidad como papas, zapallos, carbón y carne de llamo.

MATERIAL Y MÉTODO

La presente investigación se realizó por medio de una recopilación bibliográfica que tratara del tema in comento y la aplicación de una entrevista semiestructurada a dos livilqueños vecinos del pueblo asentados en la ciudad de Arica desde hace unos cuarenta años. Estos han sido representantes de la comunidad ante instituciones oficiales, y son participantes de la mayoría de las agrupaciones que se dan en el marco de la comunidad livilqueña inserta en la urbe. Don Hernán ha sido desde hace unos ocho año alférez de la fiesta patronal,  y doña Verónica es activa integrante de una comunidad religiosa ligada a una de las iglesias del obispado de Arica.

Este pretende ser una trabajo etnográfico que describe, a través de los actores entrevistados, la visión que estos tienen de las fases por las que ha atravesado el pueblo de Livilcar desde fines de la primera mitad del siglo XX en adelante, distinguiendo las diferentes agrupaciones que han surgido para afrontar tanto problemas coyunturales como para abrirse un espacio dentro del contexto urbano.    

LA VIDA EN LA QUEBRADA

Enclavada en la cabecera del valle de Azapa, al Este de Arica, bordeando los 1700 m.s.n.m., serpentean las calles vacías del otrora escenario de innumerables caravanas prehispánicas y coloniales en su transitar de puna a costa: Livilcar. Del abandonado caserío los Tarque van reconstruyendo el esplendor de su pueblo guardada en la memoria:

“Antiguamente el pueblo estaba lleno de gente, no había más espacio para vivir...”

 

 Aparecen entonces las calles pobladas de niños, los abuelos sentados bajo el alero de frondosas sombras y los pimientos, zapallos y maizales golpeados por la suave brisa de los alisios. Viento conocido en la zona como el “azapito”. Se estima que para finales de la primera mitad de este siglo Livilcar tenía a los menos 132 habitantes a los menos repartidos en una veintena de casas (Keller, 1946).

Es el Livilcar de antaño aquel que sobrevive en el consciente de un pueblo disperso, que en un intento de sobrevivir emula en sus imágenes mentales la vida del pueblo antes de la bajada a la costa.

La vida en la quebrada se articulaba en torno a la agricultura  y el intercambio complementario con los pisos ecológicos circundantes. El sector se veía beneficiado por la bonanza climática reinante. Son tierras cálidas y secas bordeadas por el San José que alimentaba sus cultivos. Papas, cebollas, zapallos y maíz entre otros eran regadas por esta agua, que desde el gobierno de don Jorge Alessandri, se vieron incrementadas por la incorporación del recurso proveniente del Lauca.

A saber otro componente importante de la economía del pueblo era el intercambio de productos ganaderos provenientes de sectores altiplánicos; Don Hernán se refiere al hecho:

“... Antes llegaba gente a trocar desde el altiplano. Maíz, ají, zapallos de Livilcar. Los que venían del interior traían carne  ganado. En Livilcar casi no habían animales, pero sí vegetales, en el interior no cultivaban, pero si traían ganado...”

Tal intercambio se realizaba en un contexto festivo que estrechaba lazos entre los participantes.

            El pueblo de Livilcar, al igual que todos los pueblos de corte andino tiene entre los principales componentes de su identidad el fenómeno de religiosidad popular que juega un importante papel en el imaginario colectivo de los actores (González, 1997). En el marco de la localidad estudiada sin duda un punto de confluencia al interior del pueblo y como nexo de unión con otros aparece la fiesta del santo patrono del lugar, que a la luz de los hechos hace las veces de hermandad entre los pueblos que se visitan mutuamente durante los periodos festivos. Veamos que comentan al respecto Don Hernán y Doña Verónica.

                        “... La tradición del patrono de San Bartolomé está de

antiguo, antes también se celebraba a una virgen hermana de la virgen de las peñas; también a San José que era el patrono de la agricultura...”  

“... Cuando se vivía en Livilcar habían bailes propios. En el pueblo había una compañía que iba a Ticnamar (Timanchaca). Por los años cincuenta se dejó de ir, ya que mucha gente se vino a Arica...”

                        Se refleja entonces la importancia que radica en las tradiciones del pueblo. Sin dejar de mencionar la veneración que también se les daba a los antepasados con los ya conocidos ritos mortuorios y celebraciones en torno a la presencia sus almas en la vida del pueblo. Y desde otra perspectiva la conversación comienza a mostrar al pueblo en su paulatino descenso hacia el valle y luego a la costa. Livilcar y sus gentes no fueron ajenos al proceso migracional que han experimentado, primero los sectores precordilleranos y luego los alto andinos hacia los centros de servicios más cercanos; comienza el caminar al puerto.

 DE LIVILCAR AL PUERTO

                                   Abandonar casas, tierras, campos de cultivo y recuerdo de mil y una jornada fue algo difícil para los livilqueños. Un sentimiento de pertenencia y nostalgia por el pueblo se hace manifiesto en cada gesto y palabra de los Tarque.

                       

“... Ella se vino como a los ocho años por la escuela. Vivían del agro, la gente trabajaba sólo para comer, los abuelos se preocupaban que les alcanzara para comer, pero como no se podían quedar sin escuela se vinieron a Arica. Querían aprender a leer y a firmar, quién lo sabía le enseñaba a otros...”    

                                          

        

  Niños y jóvenes, el futuro del pueblo, necesitaban los elementos mínimos para iniciar y llevar a buen término su proceso educativo formal, y en Livilcar no era posible. Si bien desde los años cincuenta con el inicio del auge económico y comercial de Arica , se inicia un desplazamiento de aymaras a la ciudad. Pero no es sino, en las décadas de los sesenta cuando se inicia una notable migración de Livilqueños rumbo a la cabecera del valle de Azapa, asentándose temporalmente en los sectores de Sobraya y Charcoyo.

Sin duda los factores geográficos fueron definitorios en la vida del pueblo livilqueño. Si bien los agentes climáticos incidentes les permitían tener un amplio espectro de cultivos propios de una zona cálida. Las periódicas crecidas del río dejaban al pueblo convertido en una verdadera isla que los incomunicaba por largos periodos de tiempo. Es recurrente escuchar de la boca de Don Hernán y Doña Verónica comentarios asociados al tema:

“...Vivir en el pueblo era como hacerlo en una verdadera isla,

 cada vez que bajaba el río se cortaban los caminos...”

Esta situación trajo más de un dolor de cabeza a los comuneros residentes de la época. La crecida del río anegaba no sólo las tierras sembradas sino varios aspectos de la vida livilqueña. El San José desbordado provocaba la pérdida de meses de trabajo en la espera de las cosechas. Los aluviones eran frecuentes. El estrecho sendero al caserío desaparecía entre el agua y el lodo. Por otro lado esto dejaba a Livilcar como un poblado que no representaba mayor interés para que profesionales fuesen a prestar servicios al sector, lo que se tradujo en el abandono de las funciones que atendían los profesores en la escuela básica del pueblo. creando un vacío en la normal entrega del curriculum escolar. Tal situación sumada a los inconvenientes que les presentaban las crecidas del río inquietó a la población que apremiados por los hechos y ya influidos por las corrientes chilenizadoras y modernizadoras, comenzó paulatinamente a descender a sectores más bajos del valle que les permitiesen entablar una circulación más fluida hacia el centro económico y de servicios más cercano.

Organizados en las agrupaciones “Damnificados de Livilcar” e “Hijos de Livilcar”,  ocupan en aquellos años con apoyo y reconocimiento de las autoridades de la época,  Pampa Pan de Azúcar (Platt, 1975).

Una vez instalados en las nuevas tierras, procedían a su habilitación para la producción agrícola, reproduciendo los modos y técnicas de siembra y regadío traídos desde el pueblo, a nombrar andenerías. Debemos tener presente que estos terrenos ya eran explotados en forma estacional en la producción de vegetales de crecimiento rápido de temporada por gente venida desde el mismo Livilcar. En la búsqueda de la utilización de distintos pisos ecológicos para su beneficio. A medida que aumentaba el flujo poblaciones a los sectores más bajos, los livilqueños complementaban e incluso reemplazaban la actividad agrícola para dedicarse a otras propias de cuidad, como el comercio. De esto Don Hernán dice:

“Muchos se dedican en Arica al comercio, muchos  trabajaban en Livilcar; cuando bajaba el río se iban  a trabajar a Sobraya...”

Una vez dentro de la urbe, los livilqueños, al igual que los hijos de otros poblados, se aglutinan dando forma a agrupaciones con objetivos y determinados campos de acción. Nos encontramos así con los oficialmente conocidos “Hijos de Livilcar”, “grupo raíces de Livilcar” (integrado por jóvenes, ya disuelto), una agrupación dedicada de la gestión de la construcción del camino hacia la localidad, el alferazgo de la fiesta patronal, y la Compañía de baile. Los miembros de cada agrupación son los mismos en la mayoría de los casos, salvo las directivas que van rotando.

“...les dicen ‘hijos de Livilcar’ oficialmente, pero en realidad son

 ‘Morenos de Livilcar’...”

“... el grupo ‘Raíces de Livilcar’ era de puros jóvenes pero ya se desorganizó y se disolvió. El motivo de reunirse es para las fiestas...

para los bailes, para las fiestas. La gente es muy dejada y no se junta.”        

LIVILCAR EN SILENCIO

El viento pulula por entre las callejuelas vacías jugando a colarse por entre ventanas y techos desnudos. Es Livilcar en silencio que reposa en compañía de las antiguas almas dormidas.

Desde la década del cincuenta del presente siglo incrementados los fenómenos migracionales, el desplazamiento hacia la costa de los comuneros de Livilcar fue in crescendo, situación que se tradujo en el progresivo abandono de las chacras en busca de las mejores expectativas económicas y profesionales que les ofrecía la ciudad y su reciente apertura comercial.

En la fecha en que realizamos esta investigación, Livilcar se encontraba sumido en la soledad absoluta. Ya no queda ningún poblador permanente o temporal en la localidad, salvo un matrimonio de medieros que cuida y usufructúa de algunas tierras.

Todos sus antiguos comuneros se encuentran dispersos en el océano citadino. El creciente desarraigo geográfico se ve agravada por la apertura de las redes de comunicación y el avance inminente de la modernidad; ello ha dejado a Livilcar en el completo desalojo.

 Pero la fe del pueblo expresada en su religiosidad popular levanta cada 23 de agosto el polvo de las casas y reúne a su gente alrededor de la imagen de su Santo Patrono. Es San Bartolomé de Livilcar, que en un gesto casi mesiánico, libera a sus gentiles de las cadenas de la opresión que los ata. La discriminación urbana, la occidentalización.

Doña Verónica Tarque del hecho relata:

“...ya  no hay más gente, sólo para la fiesta hay más gente (200 a 300 personas). Es algo familiar. Un grupo se va adelantado para arreglar el pueblo...”

Pero lejos de lo que pueda pensar el despliegue organizacional no es mayor. Los encargados de darle vida al evento se reúnen un par de semanas antes luego de meses de desvinculación para preparar la festividad.

La responsabilidad de la elaboración del hecho recae en la actualidad en diez alférez que hacen las veces de personeros comunitarios del pueblo en el medio urbano. De esto especifican nuestros informantes:

“... ahora hay diez alférez, entre ellos se reparten el gasto de la fiesta, se reúnen sólo para preparar la fiesta...”

                        “... Antes se untaban más , ahora se juntan de vez en cuando...”

Es paradójico al mismo tiempo la dicotomía  que se da en el manejo del discurso enfocado a ensalzar sus raíces y sus acciones. De esto da cuenta el hecho de que a pesar de tener una adhesión devota al recuerdo de sus pueblo y a sus Santo Patrono que les hace volver año tras año con sus hijos y yernos al caserío. La compañía de baile “Morenos de Livilcar”, no acompaña con sus danzas a San Bartolomé en sus procesión. Comenta al respecto Doña Verónica como ajusticiando:

“...el baile no va a Livilcar por que está muy lejos. Incluso la

gente mayor pide que se traslade la fiesta a Humagata porque

está más cercano...”  

A lo que Don Hernán responde:

            

             “...un año fueron los bailes hasta el pueblo de Livilcar, pero

 es muy sacrificado ir para allá, así que mejor van a las peñas.”

La nostalgia ahonda en los Tarque cuando recuerdan el ayer de su pueblo el ambiente se llena de romanticismo. Recalcan una y otra vez la pertenencia que sienten hacia su pueblo, que se hace extensiva a sus hijos y nietos que se entregan a la festividad desde lejos rememoran al pueblo de sus padres y abuelos saludando a su chinita, la virgen de las Peñas.

“... Y usted se considera  ¿...  ariqueño o livilqueño...? 

Yo, livilqueño, sí hasta la muerte..”

COMENTARIOS

Para el caso estudiado coinciden muchos de los factores y motivaciones migratorias de otras comunidades. En lo referido a las relaciones internas de la organización,  se percibe una doble postura de las nuevas generaciones respecto al tema de su identidad. Algunos  prefieren soñar u optan simplemente, por el mundo criollo chileno dentro de la ciudad. Aceptan lo venido desde el extranjero, especialmente lo gringo. Pero este desinterés no está sólo entre los jóvenes. Parte de la población adulta estria preocupada de asegurar el sustento y bienestar económico dejando de lado la participación activa dentro de las agrupaciones de su respectiva localidad. Importa más asegurar el trabajo; para su comunidad, luego habrá tiempo. Los jóvenes casi no participan en las compañías siendo estas engrosadas en sus filas por citadinos motivados por la fiesta religiosa y el baile. Otros en cambio se preocupan por dar continuidad a sus tradiciones, participando junto a los abuelos de las festividades del pueblo.

   Luego de conversar con los Tarque, migrantes de Livilcar, vemos la nostalgia por su poblado, y el deseo siempre vivo de tener un camino y algún día volver a transitar por aquellas polvorientas calles.

Por ahora, los “Hijos de Livilcar” preparan año tras año la fiesta. Comparten vivencias y recuerdos con hijos y nietos, manteniendo los deseos del pronto regreso que quizás jamás llegue. Son los nietos quienes sin conocer aquel lejano pueblo, desarrollan un especial afecto por este lugar donde nacieron sus abuelos, y que algún día cercano tendrán oportunidad de visitar, en un 24 de agosto o en un 8 de diciembre. Por ahora las calles de Livilcar permanecen en silencio.       

BIBLIOGRAFÍA

GONZALES, Hector. 1991. Niveles de desarrollo organizativo y participación política reciente entre los aymaras del norte de Chile. Taller de Estudios Andinos, Serie Documentos de Trabajo, Arica.

GONZALES, Hector. 1997. Apuntes sobre el tema de la identidad cultural en la Región de Tarapacá. Estudios Atacameños Nº13, Universidad del Norte, San Pedro de Atacama.

GONZALES, H. y GUNDERMANN H. 1989.  Campesinos y aymaras en el norte de Chile. Taller de Estudios Andinos, Serie Documentos de Trabajo, Arica.

GREBE, María E. 1986.  Migración, identidad, y cultura aymara: Puntos de vista del actor.  Chungará 16/17, Universidad de Tarapacá, Arica.

KELLER, Carlos. 1946.  El Departamento de Arica. Censo Económico Nacional Vol. 1, Ministerio de Economía y Comercio, Santiago.

PLATT, Tristán. 1975.  Experiencia y experimentación: Los asentamientos andinos en las cabeceras del  valle de Azapa.  Chungará Nº 5, Universidad de Tarapacá, Arica.

TABILO K.,  F. VENEGAS y H. GONZÁLEZ. 1995.  Las agrupaciones de residentes aymara urbanos en el Norte de Chile: Adaptación a la ciudad y vínculos con las comunidades de origen. Serie Documentos de Trabajo, Corporación Norte Grande, Arica.


* Bachiller en Humanidades, alumna avanzada de Pedagogía en Historia y Geografía, Universidad de Tarapacá,  Arica.

** Profesor de Historia y Geografía, Licenciado en Educación, Universidad de Tarapacá, Arica. E-mail: granapezoa@hotmail.com


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