Perspectivas del Turismo Cultural
La gestión del turismo y sus problemáticas desde visiones sociales

Los puquios como lugares turísticos

Manantiales y deidades en la Puna

Por Ricardo N. Alonso

La Puna está llena de fuentes termales y ojos de agua, que representan viejos géiseres o bien manantiales con un esqueleto cónico de travertino. A veces son de una gran belleza paisajística y un atractivo potencial para el turismo. Según la creencia, son la morada de deidades subterráneas que se roban el espíritu de los que duermen o transitan por allí.

Los quechuas llamaron puquio (también pugio, pujio, pukio, puquío) a los manantiales, pero en especial a un tipo de vertientes que atribuían ser la morada de divinidades subterráneas o genios a los cuales hacían sacrificios y ceremonias muy variadas. La altiplanicie andina, que se extiende desde el sur del Perú hasta el sur de Catamarca, está dominada por un paisaje dominante de volcanes y salares. Las aguas del subsuelo brotan al pié de los volcanes o en los bordes de los salares, ya sea calientes o frías, dando lugar a fuentes termales o simples vertientes. Algunas de ellas han construido un importante cono y se asemejan a pequeños volcanes. Muchos de esos conos, fueron originalmente géiseres que hoy se encuentran en extinción. A veces la boca se encuentra enrasada con agua salobre y ferruginosa, en la cual burbujea abundante gas carbónico. Otras veces hay un cráter seco y una chimenea profunda como ocurre en el salar de Antofalla con los magníficos géiseres de Botijuelas; nombre dado por los antiguos jesuitas al ver la forma de botija que presentaban. En el caso de los géiseres debieron brindar un espectáculo extraordinario en la Puna del pasado, arrojando chorros de agua caliente a gran altura. Hoy, el único ejemplo activo y espectacular lo constituyen los géiseres de El Tatio en la alta cordillera volcánica del norte de Chile. Un ejemplo muy lindo está al fondo del pueblo de Santa Rosa de los Pastos Grandes, paraje al que los lugareños llaman "Volcancitos". Este lugar debería ser incorporado al visitar esa región de la Puna, al igual que una decena más que se encuentran rodeando al complejo volcánico del Quevar (Tocomar, Antuco, Pompeya, Incachule, etc., por mencionar algunos al lado de los caminos). En la Puna de Jujuy hay ejemplos espectaculares en el río Grande de Coranzulí. Mucho podría decirse en cuanto a las consideraciones técnicas sobre el origen de esta clase de "volcanes de agua", que han construido su edificio con capas de travertinos y en muchos casos han derramado sales diversas entre las que destacan los boratos. Sin embargo, lo enriquecedor es la variedad de mitos y leyendas alrededor de estos singulares manantiales. Para muchos puneños se trata de "ojos de mar", tal vez algo que quedó incorporado durante el paso de viajeros que encontraron en el desierto estas bocas de agua azules y de gusto salado. Pero no solamente son ojos del mar sino también "ojos de la tierra", lo cual está mas cerca de la realidad. Efectivamente, cuando uno se acerca a esas bocas de agua observa desde el borde al centro una gradación de tonalidades verde claras a verde oscuras, que tienen que ver con los fenómenos lumínicos de refracción en función de la profundidad. El resultado es un raro ojo con su esclerótica, cornea y pupila, que da la impresión que "mira" y ejerce una atracción hipnótica. Algunas veces hay alguna llama flotando que murió ahogada ante la imposibilidad de hacer pié. Por ello, los niños que pastorean en sus proximidades tienen prohibido acercarse, mientras que los mayores son creyentes y respetuosos. La creencia generalizada es que esas aguadas constituyen un "mal paso" y hay que curar dichos lugares con una ceremonia de purificación a la Pachamama para evitar las "maraduras de la Tierra". Las maraduras se manifiestan como alteraciones de la piel, con erupción de granos, mientras que el cuadro del afectado cuyo espíritu ha sido tomado por la Tierra es de inapetencia, decaimiento y somnolencia. El ritual para curar los ojos de agua malignos consiste en "challar" o convidar a la Pachamama, haciendo un pequeño hoyo donde se entierra un poco de comida, hojas de coca, cigarrillos y alcohol. El curandero o "médico de campo", y en su defecto cualquiera de los que por allí pasan, se coloca de rodillas junto al pozo con el sombrero en el suelo y en absoluta solemnidad, para así agradecer a la Tierra, madre de todos los dones de la naturaleza, por los beneficios recibidos. Estas cuestiones han sido tratadas desde antiguo por numerosos autores de la colonia tales como P. J. de Arriaga (1621), A. de la Calancha (1639), A. de Herrera (1601) y otros. Más próximo, el sueco Eric Boman, en su famoso libro "Antigüedades de la región Andina" (editado en 1908 y reeditado por la U.N. de Jujuy en 1992), menciona su experiencia personal de acuerdo a lo que le aconteció en El Moreno (Jujuy). Cuenta Boman que durante su viaje por la Puna acampó cerca de un ojo de agua y que uno de sus peones de nombre Segundo, al día siguiente decía tener fuertes dolores de cabeza. El hecho que el peón le pidió que consultaran a una "médica de campo" que vivía cerca de allí cuyo nombre era Petrona Alejo. La "médica" diagnosticó que Segundo había sido golpeado por el pugio de esta vertiente y que le había retenido el espíritu. Boman lo señala al pugio directamente como un ser sobrenatural capaz de retener los espíritus y devolverlos a cambio de ofrendas. El asunto es que Boman le dijo a la "médica" que lo curara a cambio de saber como lo haría, lo cual fue consentido por ella mediante el pago de dos piastras (antiguas monedas de plata), un poco de coca y una botella de aguardiente. La curación tenía dos etapas. La primera era el sacrificio de una oveja preñada en el lugar de los hechos a la cual se le debía extraer el corazón para ofrendarlo junto con hojas de coca al igual que el feto. La otra era la medicación para Segundo que consistía en un remedio vegetal para frotarse el cuerpo llamado Ampituna; sustancias minerales como la macaya, piedra bizarra (aclara que era simple cuarzo blanco), piedra águila (son fósiles marinos paleozoicos) y piedra del rayo, las que debían ser usadas en algunos casos externamente y en otros para tomarlas pulverizadas en agua; las plantas matate y toronjil que debía tomar en infusión; y finalmente un sahumerio de fumigación hecho con las plantas chacha y copatola. Boman, que le interesaba el tema desde el punto de vista antropológico pero que no creía nada de todo eso aclara: "Mucho me temo que el paciente habría resultado realmente enfermo si hubiera usado toda esta farmacopea". El antropólogo platense Néstor H. Palma en su libro "La Medicina Popular en el NOA" (Ed. Huemul, Bs. As., 1978) también se ha referido a los puquios cuyo susto vuelve tartamudos a algunas personas. La curación según este autor se hace corpachando, esto es ofrendando comida al puquio la que está representada por el corazón caliente de una oveja negra. Mas allá de cualquier análisis, las creencias ancestrales de los puneños son ricas por su contenido humano y son respetables por su sinceridad. Los puquios por su belleza escénica y por el valor de las creencias que atesoran constituyen uno de los lugares paisajísticos que deben estar presentes en cualquier itinerario turístico puneño que se precie.

La Puna jujeña aloja escenarios únicos en el mundo

Los géiseres de Coranzulí

En la Puna de Jujuy se encuentran viejos géiseres boratíferos considerados como los más espectaculares del mundo. El lugar es casi desconocido para la mayoría de los habitantes del norte argentino y, sin embargo, por su belleza, unicidad y universalidad constituye uno de esos escenarios que pueden ser considerados como patrimonio natural.


Alrededor de veinte manantiales o géiseres, todos los cuales han depositado carbonatos travertínicos y mantos de boratos, ocurren en un área reducida de unos pocos kilómetros cuadrados, en pequeños afluentes del río Grande de Coranzulí; entre ellos los ríos Alumbrio y Blanco. Se encuentran en proximidades de los volcanes Coyambuyo y Supisaimo, que forman parte de ese espinazo magmático que atraviesa la Puna norte y que constituye la espectacular cadena volcánica nevada del Coyahuaima. Los indígenas debieron tener por ellos un temor reverencial y prueba de ello es que aún se encuentran ofrendas de chaya para convidar a los dioses subterráneos que forman parte de la mitología de los puquios. Seguramente fueron los jesuitas los primeros en describirlos, aunque no contemos con las crónicas sobre el tema, ya que como se sabe luego de la expulsión a que fueron sometidos por Carlos III en 1767 partieron con todas sus pertenencias y escritos muchos de los cuales se han perdido irremediablemente mientras que otros aguardan aún por ahí el ser descubiertos.

Lavaderos de oro

La certeza surge de que ellos trabajaron lavaderos de oro cercanos en muchos de los ríos que drenan desde la cadena del Coyahuaima, una región muy rica por otra parte en el áureo metal. De todas maneras la primera referencia concreta sobre el lugar corresponde al informe presentado en 1915 por el Ingeniero Juan F. Barnabé, Inspector Nacional de Minas, que fuera publicado bajo el título "Los yacimientos minerales de la Puna de Atacama" en los viejos anales del Ministerio de Agricultura. Barnabé no solamente los describe y discute algunas ideas sobre el origen de los boratos a partir de estos antiguos manantiales calientes de naturaleza geiseriana, sino que además los dibujó. En 1966 fueron nuevamente visitados y descriptos por el geólogo norteamericano Siegfried Muessig, una autoridad mundial en el estudio de yacimientos minerales. Fue él precisamente quien dejo escrito en un estudio que publicó en la sociedad geológica de Northern Ohio (USA) que los géiseres del río Alumbrio se encontraban entre los ejemplos más espectaculares del mundo. Más tarde fueron estudiados por el autor de esta nota y publicados en un congreso nacional en Chile en 1985 y en un libro sobre los boratos de la Cámara de Minería de Salta en 1998.

Fenómeno hidrotérmico

Con esos antecedentes ya se tiene un cuadro histórico del sitio y una descripción técnica del particular fenómeno hidrotérmico que tuvo lugar en ese sector de la Puna jujeña a los 23° de latitud. Entre los ejemplos más interesantes se encuentran los géiseres mellizos de Arethusa o Arituzar. Se trata de dos morros de travertinos cubiertos por una nívea capa del borato ulexita (borato hidratado de calcio y sodio), enfrentados a ambos lados de una pequeña quebrada. En uno de ellos, en su boca, aún se aprecia la salida de agua salobre ferruginosa con abundante burbujeo de anhídrido carbónico. Sin embargo Muessig escribe que en 1955 mostraba un vigoroso escape de gases y salida de aguas templadas. En conjunto alcanzan entre 20 y 30 metros de altura sobre el nivel de la quebrada. En un radio de 300 metros aparecen otros ocho conos más pequeños que también pudieron tener actividad geiseriana en el pasado. Se encuentran vetillas de ónix y han depositado también manganeso. Los mantos de ulexita que ocurren como faldones en los viejos conos geiserianos han sido explotados intensamente en el pasado desde finales del siglo XIX. El mineral, de gran pureza, era transportado a lomo de mula y finalmente embarcado con destino a Europa para la fabricación del ácido bórico.

Una evolución milenaria

El otro ejemplo, y el más espectacular de los que ocurren en el área, es el géiser de San Marcos o Huayra Yurac (en quechua "viento blanco"). Este alcanza 40 m de altura y se encuentra sobre el afluente conocido como río Blanco a unos 1000 m del de Arituzar. Tiene conos fósiles superpuestos que indican cambios de nivel en los ajustes hidrológicos de la quebrada. Todo indica una evolución de miles de años. Siguiendo por el río Blanco aguas arriba se llega hasta los géiseres de Volcancito o Alejandra. Hay aquí un conjunto de conos de baja altura, uno de los cuales muestra escape de gases y sonidos guturales en la chimenea. Muessig cuenta que cuando lo visitó en 1965, uno de ellos largaba agua fría a una altura de 30 cm. Según me comentó uno de los viejos lugareños el agua era caliente hacia 1924. En este lugar se observan varios sitios que han sido chayados para alimentar a la madre tierra y pedirle su protección. El aspecto del lugar y los ruidos sordos que salen de las chimeneas subterráneas no puede ser más indicado para imponer un temor reverencial en los nativos.

Patrimonio científico y turístico

Lo cierto es que la Puna argentina, una comarca volcánica por excelencia, fue una región salpicada de géiseres en el pasado aunque la mayoría no han depositado boratos. Ellos fueron surtidores de agua caliente con erupciones periódicas que lanzaron chorros hirvientes a decenas de metros de altura. Un ejemplo espectacular es el de los géiseres de Botijuelas en el salar de Antofalla (Catamarca), nombre puesto por los jesuitas que explotaban las minas de plata en el cerro Antofalla. En Salta hay numerosas manifestaciones rodeando el volcán Quevar (Tocomar, Antuco, Blanca Lila, Incachule y Santa Rosa de los Pastos Grandes), además de otros distribuidos en la vasta geografía del departamento Los Andes y que merecen una atención principal como atractivo turístico. Sin embargo, el mejor ejemplo y único activo (al estilo de los de Islandia o Yellowstone) se encuentra en la parte alta de la Cordillera, en territorio chileno y son los famosos géiseres del Tatio. Allí los estudios han detectado una bolsa de agua caliente a 900 m de profundidad y a una temperatura de 265°C que alimenta las fuentes de superficie. La Puna fue una región salpicada de géiseres en el pasado y sus restos son un patrimonio científico y turístico que vale la pena descubrir. Al menos los de Coranzulí conformarían un geositio único en el mundo.

La Puna y sus espectaculares paisajes esperan al turismo

Los Valles de la Luna

Al igual que el famoso Valle de la Luna del desierto de San Pedro de Atacama, en Chile, la Puna argentina tiene lugares con idénticas formaciones geológicas de sal, que han sufrido los mismos fenómenos de erosión y que han dado lugar a formas fantasmagóricas en un ambiente reseco y desprovisto de cualquier vegetación. Son nuevos lugares exóticos y potenciales para el turismo de aventura.

La UNESCO aprobó la última semana de noviembre de 2000 y por decisión unánime la postulación argentina de dos nuevos sitios para el patrimonio mundial. Se trata del "Camino de las Estancias Jesuíticas", en Córdoba, y del complejo de parques "Ischigualasto-Talampaya" de La Rioja-San Juan. Con ellos nuestro país alcanza a siete los patrimonios mundiales: los otros son las Cataratas del Iguazú, las ruinas jesuíticas de Misiones, la península de Valdés, el parque nacional Los Glaciares y la Cueva de las Manos, estos dos últimos en la Patagonia.

Unicidad y universalidad

La filosofía que prima en todos los casos debe ser la de la "unicidad" y la "universalidad" de los lugares elegidos con tal fin. En el caso del parque Ischigualasto-Talampaya, más conocido como el "Valle de la Luna", lo que llevó a su elección fue la presencia de formaciones sedimentarias que cubren casi todo el período triásico, con abundantes dinosaurios y otros esqueletos de reptiles fósiles, entre ellos los dinosaurios carnívoros más viejos del mundo (ej. Eoraptor lunensis). Ahora bien, el toponímico "Valle de la Luna" es muy común en muchos lugares de paisajes áridos, sin vegetación y con abundantes geoformas curiosas de origen eólico o fluvio-eólico.
La gente ante la desolación fantasmagórica de un lugar desértico busca referirse a él como un paisaje lunar. Uno de estos "valles de la Luna" se encuentra cerca de La Paz (Bolivia) y otro en Chile, próximo al poblado de San Pedro de Atacama. Ese lugar se hizo bastante famoso y recibe una gran cantidad de turismo que llega allí atraído además por la arqueología, el Museo Le Paige, los ayllus, los oasis, la vista de los volcanes cordilleranos (ejemplos: Lascar y Lincancaur), los géiseres del Tatio y el propio salar de Atacama.

Estructura geológica

Desde un punto de vista geológico el Valle de la Luna en Atacama es el resultado de la erosión de formaciones sedimentarias arcillosas rojizas, con fuerte contenido evaporítico (sal y yeso), cuya edad se remonta a los tiempos terciarios (mioceno). El tema es que formaciones idénticas, con una erosión semejante, se encuentran por doquier en nuestra Puna argentina. A nadie se le ha ocurrido llamarlas valles lunares, ni valles marcianos, pero están ahí, en la Puna, escondidas entre salares y volcanes. Y, para mejor, son infinitamente más espectaculares, esperando ser descubiertas por los amantes del turismo de aventura. Como digo, tienen a favor el ser más espectaculares, pero tienen el inconveniente de que se encuentran relativamente alejados de centros poblados, con un clima duro y a gran altura sobre el nivel del mar; esto es, en el orden de los 3.800 metros. ¿Dónde están? Hay al menos tres lugares llamativos con capas rojas y formaciones de sal del tiempo mioceno: uno, en la región del salar de Pastos Grandes (Salta); otro entre los salares de Pocitos y Arizaro (Salta); y un tercero al Sur del salar de Antofalla (Catamarca).

Cómo llegar

Veamos el primero. Viajamos por la ruta 51 hasta San Antonio de los Cobres y luego por Abra del Gallo hasta Santa Rosa de los Pastos Grandes, localidad esta última que se encuentra al pie del imponente Nevado del Quevar (6.130 m). Luego se sigue hasta la laguna de Pastos Grandes, rica en avifauna y se alcanza el campamento minero Sijes. Un viejo camino se interna al Oeste en dirección al salar de Pozuelos y cruza espectaculares formaciones rojizas de sal de roca que alguna vez fueron explotadas por los indígenas que transportaban el mineral hacia los Valles Calchaquíes. La disolución de la sal y el yeso, sumado al trabajo del agua y del viento han dado lugar a cárcavas, sumideros, crestas filosas, ríos de sal y otros rasgos notables que se extienden en decenas de kilómetros cuadrados. Todo se magnifica ante la carencia absoluta de vegetación. La vecina serranía de Sijes es muy rica en boratos fósiles que se explotan actualmente.

Más nombres y lugares

Otro lugar con un universo de capas rojas salinas y ausencia de vegetación se encuentra entre los salares de Pocitos y de Arizaro. En el camino hacia Tolar Grande, se las aprecia en las Siete Curvas, Salar del Diablo y Abra de Navarro. Pero donde alcanzan gran espectacularidad es en las montañas de sal y yeso sobre el borde del salar de Arizaro y hacia el Sur de Tolar Grande. Allí se encuentran toda clase de geoformas de erosión en una franja de cientos de kilómetros cuadrados sin una gota de agua y ni una sola planta. El acceso es fácil hasta Tolar Grande. Y desde allí en más: la aventura. Hacia el Oeste se extiende el encrespado mar de sal del salar de Arizaro que remata en los majestuosos volcanes cordilleranos. Por último mencionaremos el borde sudeste del salar de Antofalla, en la Puna de Catamarca, un lugar hiperárido con extraordinarias formaciones salinas terciarias que puede alcanzarse desde Antofagasta de la Sierra o bien desde territorio salteño siguiendo al Sur del salar de Arizaro. Es el más inhóspito e inaccesible de todos los lugares mencionados. Ni agua, ni vegetación y sólo formas caprichosas trabajadas por la erosión durante milenios es lo único que se encuentra en decenas de kilómetros a la redonda.

La Puna de Jujuy

La Puna de Jujuy tiene también lugares espectaculares del tipo mencionado pero en formaciones volcánicas como las que se encuentran en la región de Orosmayo. Todos ellos semejan paisajes extraterrestres por encontrarse resecos y acartonados, por sus formas caprichosas y por la ausencia de verde y de vida. Son paisajes de nuestra Puna, en gran parte lejos de los caminos, impolutos, esperando que el turismo responsable los descubra para beneficio espiritual de los que tengan en suerte poder visitarlos. Todos son genéricamente "valles de la Luna", aunque ninguno lleve ese nombre todavía.


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