V Congreso de Antropologia Social

La Plata - Argentina

Julio-Agosto 1997

Ponencias publicadas por el Equipo NAyA
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LA NATURALIZACION DE LOS SIMBOLOS: REPRESENTACION E IDENTIDAD NACIONAL

Comisión de trabajo: MUNDO SIMBOLICO Y COMUNICACION
Carla Mariana Lois
Instituto de Geografía, Facultad de Filosofía y Letras, U.B.A.
Becaria del Programa Historia Social de la Geografía y Geografía Política.

Introducción

La construcción de una cartografía oficial del estado- nación es un largo proceso que comienza con la conformación del estado-nación mismo y tiene un punto de quiebre en 1942 con la promulgación de la Ley 12696, conocida como la Ley de la Carta, en la que se sistematizan los requisitos que debe cumplir una carta para ser reconocida oficialmente.

En este lapso, que abarca casi un siglo, una multiplicidad de agentes (sociedades e instituciones geográficas, así como también diversos organismos oficiales civiles y militares) se interesaron por la producción de cartografía y buscaron, de diferentes formas, el apoyo institucional y financiero de un Estado nacional que aún no había asumido como propia la tarea cartográfica: si bien en la Argentina, las instituciones que trabajaron en la construcción de una cartografía oficial lo hicieron en el marco de una necesidad del Estado de un relevamiento topográfico general (particularmente de los "desiertos", que constituían los objetivos políticos y estratégicos de esa época) éste no había adoptado una actitud activa frente a encaminar o dirigir la construcción de cartografía y limitaba su intervención al rechazo o aval de las cartas (particularmente, en casos conflictivos como los de límites).

La confección de una carta oficial del estado-nación resulta funcional al proceso de formación nacional estatal en tanto contribuye a la representación del territorio de apropiación, a la construcción de la nación, al conocimiento del patrimonio natural (fundamental para la valorización y planificación de los recursos)y constituye un fundamento para la defensa de las pretensiones en conflictos de límites con los países vecinos. Es así que, por un lado, la representación cartográfica aparece como un inventario donde se da cuenta de los límites del territorio de dominación y se consigna el patrimonio natural y cultural conocido del territorio en conformación. Esta representación también actúa como documento donde se resumen las pretensiones territoriales defendidas por las elites dirigentes en la arena internacional. Por otro lado, la representación cartográfica en tanto imagen del territorio aparece como un elemento clave de la representación de la Nación: el mapa se transforma en un elemento de identificación colectiva, lo que permite a los sujetos realizar una asociación directa entre la nación de pertenencia y el territorio que el mismo representa.

En este trabajo nos interesa analizar las particularidades del mapa como representación simbólica que vehiculiza un conjunto de significados vinculados a la construcción de la identidad nacional y de qué manera el anclaje de esos significados y la naturalización del mapa intervienen en el proceso de construcción del estado-nación argentino.

El mapa: un discurso naturalizado

Para comprender de qué manera la confección de una cartografía oficial del Estado nación es funcional al proceso de su formación es necesario considerar que el mapa es un tipo particular de discurso que con un semántica y una sintaxis propias está conceptualizando un objeto (Pickles, 1992); es, entonces, un artefacto social e histórico.

Las características y los objetivos de la cartografía fueron variando a lo largo del tiempo según las necesidades y funciones que a ella se le asignaron en distintos períodos históricos. Es así que, mientras que antes los mapas sólo constituían imágenes pictóricas del mundo sin pretensiones de cientificidad, desde el siglo XVI, considerando que era vital realizar una representación estandarizada que dé cuenta de todos los elementos distribuidos sobre la superficie terrestre (esto es, funciones de inventario y posicionamiento) comienzan a desarrollarse técnicas que pretendían ser neutrales y útiles: la cartografía pasa de ser un discurso figurativo acerca de una imagen del mundo a ser un discurso científico que representa iconográficamente la realidad. Hacia el siglo XVIII se intensifica la política colonialista y la expansión ultramarina de la mano de nuevas metrópolis, por lo cual los sistemas de registro de información (entre ellos, los registros gráficos; particularmente, en el caso de los mapas) apoyados en ese desarrollo de las técnicas adquieren un perfil más específico, alcanzando así un status de neutralidad que los posiciona como herramientas neutras de recolección, inventario y representación (Broc, 1980; Escolar, 1996).

Un breve relato del contexto social y científico del discurso cartográfico nos permite aproximarnos desde la historia propia de este conocimiento al complejo proceso de producción del mapa: si somos capaces de comprender que las técnicas, usos y significados de los mapas se ha ido redefiniendo como parte de las transformaciones del contexto social y científico seremos capaces de entender al mapa como una construcción social embebida de los conocimientos disponibles de cada época. En efecto, las cosmovisiones que una sociedad tenga sobre el mundo que la rodea determinará el tipo de representación que de él hará.

Paralelamente a esto, también variarán los criterios de selección de los datos cartografiados: de hecho, la carta es una representación de una fracción de una realidad muy extensa; por ello, resulta imprescindible seleccionar algunos elementos que van a ser representados. La selección y la ordenación de los elementos deliberadamente escogidos mediante el uso de técnicas y códigos establecidos determina las características estructurales del mapa y, en cierta medida, condiciona la visión del mundo o de una parte de él que los lectores podrán construir (a partir de sus propias capacidades). En este sentido, la construcción de una carta es una construcción racional que propone la materialización de un esquema mental y que, con diversos objetivos e intenciones, vehicularizará significados (Jacob, 1992). Como símbolo, el mapa es una construcción compleja en la que se configuran ciertos significados mediante la selección deliberada de determinados elementos y signos e intentan que, a través de asociaciones y relaciones de diverso tipo, imponer una concepción del mundo social (Chartier, 1992).

Por otra parte, el proceso de lectura de una carta no es menos complejo que su proceso de construcción: con la lectura de un mapa nos aproximamos a una imagen del mundo o de una parte del mundo elaborada con criterios, a veces, desconocidos para el lector.

Además, al proceso de lectura subyacen un conjunto de supuestos tales como que ese dibujo que observamos es una representación a una escala aprehensible de una realidad muy vasta y que esa representación se corresponde unívocamente y sin deformaciones con un referente real. Sin embargo, esa relación directa entre objeto y representación del objeto no es verificable para el lector medio: en efecto, el referente empírico de la representación cartográfica es inaccesible desde los sentidos o la experiencia propia y cotidiana de un individuo. El mapa es, entonces, una imagen muy distante del objeto que representa: la representación del objeto es una imagen que no sólo preexiste al objeto sino que, al constituirse en una mediación permanente, lo reemplaza (Jacob, 1992). La imposibilidad de una verificación empírica del lector de la carta contribuye a la aceptación acrítica o mistificada de los mapas; tal vez esta sea la razón por la que, a menudo, desde el sentido común, el mapa aparezca como un contenedor de verdades.

El desarrollo exhaustivo de un conjunto de técnicas (la estandarización de los signos utilizados, la estricta aplicación de conocimientos geométricos para la mensura y un lenguaje propio de alta complejidad semiótica) favorecen la concepción de la carta como un discurso verdadero que se limita a "mostrar" realidades, despojadas de toda subjetividad y deformación ideológica.

Por otra parte, la interpretación de la carta -la decodificación de los signos y la internalización de los símbolos- está condicionada tanto por los conocimientos que el lector como individuo tenga sobre el objeto representado como por su preparación intelectual y nivel de educación en tanto que ambos lo proveen de un marco interpretativo útil en una sociedad determinada. En el marco, por ejemplo, de la cartografía oficial de un Estado-nación la utilidad de los mapas no es reducible a la representación objetiva de un fragmento de la superficie terrestre: el mapa, además, constituye un elemento de comunicación de símbolos "nacionales" que es socializable a través de la educación.

Como hemos señalado, la delimitación de un territorio se enmarca dentro de ciertas necesidades estatales tales como la de externalizar su poder en el sistema de relaciones interestatales y la de internalizar una identidad colectiva mediante la construcción de símbolos que recreeen y sostengan sentimientos de pertenencia y referencia. La cartografía va a documentar esa delimitación apelando a argumentos pretenciosos de cientificidad y de neutralidad extrapolados de la precisión de las técnicas con las que se elaboran.

Sin embargo, nos interesa la representación cartográfica del territorio como otra de las representaciones posibles, como una construcción social y no como un mero producto técnico. Entendemos que la construcción de una cartografía oficial es un proceso de producción de un tipo particular de representación simbólica cuya singularidad está vinculada a la imposición o reproducción de algunas relaciones de poder. Son estos los objetivos que orientan la selección de determinada información a ser representada, la selección de los símbolos utilizados, el uso y las diversas lecturas de las que fueron objeto. Por lo tanto, la carta como construcción intelectual es un discurso construido que conceptualiza un objeto con una semántica y sintaxis específica. La validez de ese discurso está determinada histórica y socialmente: actualmente depende de criterios tales como su reconocimiento concensuado y oficial así como del uso de técnicas convencionalmente estandarizadas que recrean la ilusión de aprehender la realidad.

De esta forma es posible analizar, comprender y discutir la cuestión cartográfica (los discursos, prácticas y producción de las instituciones involucradas en esta tarea) entendiendo que ésta es parte del conjunto de tareas intrínsecas a la construcción del Estado-nación orientadas tanto hacia la delimitación efectiva de su territorio de dominación como hacia la construcción de referentes patrióticos que actúen como aglutinadores (hacia adentro) y diferenciadores (hacia afuera).

Las identidades provinciales y la identidad nacional en el proceso de formación del Estado-nación argentino

La ruptura del lazo colonial en 1810 introduce la cuestión de la modernidad política en términos de la constitución de una nueva legitimidad: consecuentemente, el resultado de esta ruptura es el surgimiento de una unidad a la vez política, administrativa e identitaria, que son los Estados provinciales; en efecto, la retroversión de la soberanía que provoca la ausencia del monarca deriva no en la entidad moderna (el pueblo, la nación) sino en "los pueblos", es decir la ciudades entendidas no sólo como ámbitos físicos sino como cuerpos políticos corporativos. Los sujetos de esta práctica política no son los ciudadanos, sino los vecinos del antiguo régimen. La imposición del nuevo criterio soberano, se produce a partir de una nueva definición territorial: el ciudadano surge luego de 1820 junto a la práctica del voto (generalmente universal masculino), al incorporarse las campañas al poder político concreto, lo que supone la creación de nuevos espacios de poder (las salas de representantes con diputados de la campaña) que suplantan a los cabildos urbanos (Chiaramonte, 1995; Ternavasio, 1995). Esto remite a la idea de la ciudadanía moderna. Sin embargo, el ámbito de este ejercicio de derechos no es la nación, sino la provincia, con una fuerte tendencia a pensarse como una nación (Chiaramonte, 1993).

De todos modos no se pierde la idea de construir un Estado común, cuyas dificultades quedan demostradas en los sucesivos fracasos (Halperín Donghi, 1972). Durante el largo período de hegemonía rosista se dan dos fenómenos: por un lado, se acrecienta el predominio de Buenos Aires mediante el control del puerto y las campañas militares al interior; por otro lado, la generación del '37 elabora (generalmente desde el exilio) la idea de una nacionalidad "argentina" en términos de comunidad de destino común, que tiende a superar las identidades políticas provinciales (Halperín Donghi, 1982). Con la caída de Rosas y la Constitución de 1853 se logra evitar que estas comunidades políticas provinciales se transformen (al estilo catalán) en reclamos nacionales, cuando se vuelve a establecerse la entidad jurídico-administrativa del Estado central supraprovincial que reclama para sí el status nacional; sin embargo, su instauración jurídica no es lo mismo que su existencia material: queda por resolver la subordinación de los poderes provinciales, la construcción de un aparato burocrático capaz de sostener la administración, la consolidación de un aparato de coerción con ejercicio monopólico y legítimo de la fuerza y la construcción de una identidad común.

La aceptación de este pasado por el nuevo Estado nacional supone el reconocimiento de los estados provinciales (el federalismo) y, por lo tanto, el planteo del problema territorial no se da en términos de participación ciudadana (ya resuelto en las catorce provincias), sino de imposición del Estado tanto frente al concierto interestatal como al interior de sus fronteras (esto se corresponde con la construcción de una identidad cultural común de los argentinos como unidad de destino).

Concretamente, la subordinación de las provincias al Estado nacional es, a la vez, una operación militar, económica (la articulación entre la pretensión de inserción internacional y el proyecto político nacional se asegura por el control que la elite hegemónica ejerce sobre los nuevos circuitos de la producción y circulación de bienes, en base a la cual se expandirá la economía exportadora) e identitaria. Por otra parte, también supone la delimitación de su territorio soberano frente a la comunidad de Estados Nacionales limítrofes y, paralelamente, la imposición del poder soberano del Estado sobre franjas territoriales dominadas por aborígenes (Viñas, 1982; Iñigo Carrera, 1983; Minvielle y Zusman, 1995).

El estado-nación y la necesidad de una cartografía oficial

Analizar, entonces, el proceso de formación nacional estatal argentino supone considerar que éste "es el resultado de un proceso convergente, aunque no unívoco, de constitución de una nación y de un sistema de dominación.

La constitución de la nación supone -en un plano material- el surgimiento y desarrollo, dentro de un ámbito territorialmente delimitado, de intereses diferenciados generadores de relaciones sociales capitalistas; y en un plano ideal, la creación de símbolos y valores generadores de sentimientos de pertenencia [...] por encima de los variados y antagónicos intereses de la sociedad civil enmarcada por la nación. [...] Por su parte, la constitución del sistema de dominación que denominamos Estado, supone la creación de una instancia y de un mecanismo capaz de articular y reproducir el conjunto de relaciones sociales establecidas dentro del ámbito material y simbólico delimitado por la nación" (Oszlak, 1982: 17).

De esta caracterización queremos ponderar el carácter necesariamente territorial de los estados nacionales modernos como prerrequisito fundamental para su constitución (Escolar, 1993): por un lado, en el sistema mundial moderno el Estado se define por la posesión de su territorio soberano (Taylor, 1985), y, por otro, la estatización de una nacionalidad -como una segmentación étnico-geográfica- legitima esa forma de identidad por sobre cualquier otra en tanto referencia identitaria hegemónica.

En este sentido, dentro del conjunto de las tareas que implica la construcción del Estado nación nos interesa señalar la relevancia del proceso de formación territorial, entendiendo por tal la delimitación de un territorio exclusivo y excluyente de dominación que constituirá el marco sobre el que se montará el proceso de integración social (Escolar, 1993). Efectivamente, en los Estados nacionales modernos el territorio es el ámbito geográfico de ejercicio excluyente de la soberanía política y de referencia 'nacional' (Escolar, 1991).

En la constitución y justificación de este proyecto de apropiación territorial también podemos diferenciar un aspecto material y otro simbólico.

Desde el punto de vista material la constitución de un territorio de dominación es un requisito establecido en el contexto de vigencia del derecho internacional positivo. La delimitación de un territorio sobre el cual ejercer la soberanía y el alcance de los niveles de civilización establecidos por el patrón europeo son condiciones que determinaban la posibilidad de gobernabilidad de los Estados y de ingreso al juego de las relaciones internacionales (Jackson, 1990). Atendiendo a estas cuestiones se organizan una serie de emprendimientos tales como reconocimiento del espacio de dominación (exploraciones), la recopilación de toda la información existente, la sistematización del conocimiento obtenido, la evaluación de las potencialidades económicas, la planificación de los procedimientos que serán priorizados para la apropiación material del territorio (ocupación militar o civil, los planes de colonización, la distribución de tierras y el emprendimiento de obras de infraestructura) y la elaboración de un aparato jurídico que apoye este proyecto, entre otros.

En su carácter simbólico, el territorio es considerado relevante a los efectos de la construcción de la nación en términos de identificación de un colectivo como grupo de referencia y pertenencia a partir del territorio (Balibar, 1990; Anderson, 1983): en la construcción de la nación, la representación del territorio actúa como un elemento que permite la identificación de los individuos con el territorio en el marco de un conjunto de representaciones respecto a las características y fundamentos de la nación argentina.

De esta forma, la construcción de una cartografía oficial resulta funcional al proceso de formación nacional estatal: contribuye a la representación del territorio de dominación (constituye un referente de cohesión al interior del Estado Nación a la vez que lo diferencia de los otros Estados nacionales), a la construcción de la nación (a partir de la definición de un territorio de pertenencia y de referencia) y al conocimiento del patrimonio natural (como herramienta técnica, permitía sistematizar las exploraciones, lo que era fundamental para la valorización y planificación de los recursos); por otra parte, la cartografía es un fundamento para la defensa de las pretensiones en conflictos de límites con los países vecinos.

La cartografía oficial y la identidad nacional

La construcción de referentes patrióticos para la consolidación del estado-nación supone crear una referencia identitaria socializable que permita fácilmente establecer relaciones de pertenencia a una comunidad nacional y a un ámbito territorial. Dentro de las representaciones simbólicas vinculadas a la construcción de la identidad nacional, la construcción de una cartografía oficial del estado nación (la representación del territorio) es la construcción de una imagen que permite la identificación de los individuos con el territorio representado en el marco de un conjunto de representaciones respecto a las características y fundamentos de la nación. En este sentido, es posible rastrear diversos intentos estatales (decretos y leyes) por sistematizar y normatizar esa imagen; en definitiva se trata de institucionalizar una de las imágenes posibles para coronarla en la única, comprensible y comunicable que, sin duda, se presenta como una síntesis fiel de la realidad.

En la internalización de esta imagen intervienen dos factores: por un lado, la recuperación de los mapas antiguos, los mapas históricos, son a menudo utilizados como documentos tanto para sostener argumentos de límites como para recrear un pasado histórico común y, en algunos casos, explicar la 'evolución' del Estado en términos territoriales contribuyendo a naturalizar la construcción histórica del Estado-nación; por otro lado, también se usan como "logotipos" fácilmente reconocibles y fijados en el imaginario popular (Anderson, 1983). Pero sin duda el medio socializador por excelencia de una imagen nacional -en la que el mapa es sólo uno de los símbolos articulados a tal fin- es la escuela como ámbito de "formación de una serie de representaciones del mundo socio-histórico, organizadas en torno a un esquema cerrado de conceptos básicos, que se apoyan en un cuerpo de creencias ontológicas sobre la realidad social y que remiten a una legalidad inmutable atribuida a los fines trascendentes de la existencia humana" (Quintero Palacios, 1995: 53).

Aceptando que toda identidad se construye a partir de la construcción de una otredad, la visualización de las fronteras contribuirá a la definición de la propia identidad y a la asociación con un referente nacional claramente delimitado -el territorio- a partir de la no pertenencia y por oposición a la otredad, es decir, a partir de la diferencia con todo lo no comprendido por ese límite: la comunidad delimitada por esas fronteras se remitirá a un conjunto de representaciones colectivas para definir su identidad. En la cartografía, el anclaje del significado del símbolo (por ejemplo, la imagen de la nación) está vinculado con la naturalización del mapa: la consolidación de la cartografía como un saber puramente técnico posibilita la transferencia de la neutralidad de la técnica de la representación iconográfica al mapa mismo en una operación aparentemente ingenua a partir de la rigurosa aplicación del conocimiento geométrico, geodésico y topográfico. En efecto, entre sus roles, la cartografía asume el de elemento de visualización simbólica de la nación.

La extrapolación de argumentos técnicos para anclar significados simbólicos es uno de los recursos a los que se apela para naturalizar el discurso cartográfico. Pero como el mapa es un discurso y los discursos se estructuran a partir de determinadas concepciones y proponen una visión sesgada por ciertas ideas para responder a alguna necesidad resulta imprescindible interpretar el contexto en que los mapas fueron elaborados para comprender los significados denotados y connotados que, de ningún modo, pueden reducirse a la representación a escala de la tierra o de una parte de ella. En este sentido, el proceso de oficialización de una cartografía del Estado-nación argentino está estrechamente vinculada a las necesidades del proceso de formación nacional estatal, entre ellas, la de construir referentes patrióticos orientados a constituir una identidad nacional (en el caso de la cartografía, la visualización simbólica de la nación referenciada en la visualización "objetiva" del territorio nacional). En efecto, se trata de analizar tanto la forma como el contenido, aunque el perfeccionamiento técnico y la obsesión por lograr en la representación una relación cada vez más exacta con su referente real induzca a confundir contenido por forma.

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