CONGRESO VIRTUAL 2002 > IDENTIDAD

COMUNIDAD AFROECUATORIANA DE CONCEPCIÓN
- Un proceso de Cambio Cultural –

[1]

Ant. Henry Medina Vallejo
Consultores Independientes
Quito- Ecuador
henrymedina@andinanet.net

INTRODUCCIÓN

Uno de los hechos sociales que al momento constituyen asunto de interés académico y ha motivado la realización  de estudios antropológicos y sociológicos es, sin duda, el relativo a las transformaciones de diferente grado y tipo que en las últimas décadas se han producido al interior de grupos étnicos y comunidades campesinas, consideradas desde hace mucho como tradicionales.

La comunidad negra que habita en la Cuenca del Río Chota – Mira y en particular en La Concepción, en la provincia del Carchi (Ecuador)- no constituye una excepción en lo relativo a transformaciones de índole sociocultural que han sucedido, en su interior, a través de siglos de historia: el proceso, en sus orígenes, se remonta al período colonial, época en que los primeros esclavos arriban a las haciendas de la Compañía de Jesús y a varias estancias de particulares para ser utilizados como fuerza de trabajo en tareas predominantemente agrícolas.

Lograr una aproximación histórica y analítico–descriptiva  al proceso de cambio cultural que se ha operado en la Comunidad Negra asentada en esta parroquia norteña constituye el objetivo más general de este estudio que enfatiza en las transformaciones socioculturales más evidentes en las tres últimas décadas.

El proceso vivido por los concepcionenses, desde la época de la esclavitud hasta nuestros días, constituye una “muestra” representativa de una realidad mayor que, con sus insoslayables particularidades, concierne a toda la población negra del Valle del Chota y Cuenca del Mira, una realidad dependiente de procesos nacionales que, como en el caso de la Reforma Agraria, han incidido poderosamente en los derroteros de la transformación.

1.      UNA HISTORIA DE HACIENDAS Y ESCLAVOS

La presencia negra en la actual jurisdicción de la parroquia Concepción se  remonta al siglo XVII, época en que los jesuitas –propietarios de 8 haciendas cañeras en el valle del Chota–Mira y estancieros y hacendados particulares deciden buscar alternativas para activar su producción ante la progresiva disminución de la población indígena.

Los rigores del trabajo en las plantaciones de vid, olivos, algodón y caña de azúcar, los malos tratos, la resistencia india,  presiones por la tierra y el agua, y el clima malsano del Valle del Coangue (“el Valle de Sangre”) determinaron una fuerte caída de la población local que llevó a estancieros y hacendados (laicos y jesuitas) a decidirse por la introducción de esclavos negros de origen africano.

En el valle del Chota – Mira los jesuitas recurrieron al trabajo indio para la conformación de sus primeras haciendas, en un segundo momento compraron esclavos y luego, hábilmente, combinaron los dos tipos de trabajo.

En la actual jurisdicción de la parroquia Concepción se encontraban en tiempos coloniales – siglos XVII y XVIII – 3 haciendas jesuitas: La Concepción, Chamanal y Santa Lucía. Estas, conjuntamente con Pisquer y Huaquer, correspondían a la zona de Mira y su jurisdicción, y estaban adscritas a la Villa de San Miguel de Ibarra. Entre las haciendas cañeras de las tierras bajas del Mira, La Concepción fue la más importante durante este período; ésta era la más productiva, manteniendo la mayor extensión de tierras sembradas.

En el Ecuador, la esclavitud como institución legal fue abolida por la Quinta Constitución, promulgada en 1854 durante la presidencia del General José María Urbina. Sin embargo, sólo unos 10 años más tarde todos los esclavos habían accedido a la libertad y sus amos a la consiguiente compensación. [2]

Abolida la esclavitud, los negros de la Cuenca del Mira cayeron víctimas de nuevas formas de servidumbre, similares a las que se implementaron para someter a la población india: Después de recibir su compensación, los patronos emplearon a sus antiguos esclavos por salarios de miseria, y así, estos últimos, se vieron lentamente envueltos en deudas impagables que inclusive se transmitían de generación a generación. [3] . Los peones negros vivieron en las haciendas como huasipungueros [4] hasta la puesta en práctica del proceso de Reforma Agraria, ley promulgada, en su primera versión, en 1964. La desaparición de la esclavitud como institución significó el inicio de un proceso de campesinización que marcaría definitivamente otros derroteros en la vida social, económica y cultural de la población negra.

2. CONCEPCIÓN: Siglo XX

2.1. La disolución de la Hacienda Tradicional

Controvertidas en sus contenidos y alcances, las Leyes de Reforma Agraria tuvieron como objetivo central posibilitar una modernización de la agricultura, eliminado las formas precarias de trabajo y permitiendo un mayor desarrollo del capitalismo en el país a partir de la producción de insumos industriales y la ampliación del mercado interno. Estos tenían que pasar por la desaparición de la hacienda tradicional, el fortalecimiento de las empresas agrarias y la ampliación del trabajo asalariado. [5]

De acuerdo a datos del Instituto Ecuatoriano de Reforma Agraria y Colonización –IERAC-, por concepto de Liquidación de Huasipungos se entregaron en la parroquia Concepción, desde 1965 hasta 1968, 191.9 hectáreas a un total de 158 beneficiarios. El promedio general de superficie de las tierras adjudicadas a los ex-huasipungueros de las haciendas La Concepción, Santa Ana, La Loma y Chamanal no alcanza a las 2 hectáreas, extensión  muy reducida para satisfacer las necesidades de supervivencia de las unidades familiares.

El valor de la tierra, especialmente en zonas de pie de monte, se multiplicó enormemente, y a pesar de que la dotación de una parcela significó un alivio para la precaria economía de las familias de ex -huasipungueros, ésta resultó insuficiente para la subsistencia familiar y para dar empleo a todos sus miembros. En treinta y cuatro años ya prácticamente no hay tierra que repartir y las fincas no tienen capacidad para absorber la mano de obra.

La Concepción, parroquia del cantón Mira (provincia del Carchi), se encuentra ubicada en la cuenca del río del mismo nombre, a una altitud de 1.475 m.sn.m. En esta parroquia, habitada en su gran mayoría por población negra, viven alrededor de 4.285 habitantes, de los cuales 2.231 (52.1%) son hombres y 2.054 son mujeres (47.9%) [6] ,.

Actualmente, la mayoría de la población se dedica a actividades agrícolas en parcelas cuya extensión es reducida. La ganadería no existe como actividad económico–productiva de subsistencia: algunas familias poseen bueyes para arar las tierras de cultivo y unas cuantas vacas para cría, así como también caballos, mulares, o asnos para la movilización y apoyo de las faenas agrícolas. Varias personas tienen cabras, cerdos y aves de corral, animales dedicados al consumo doméstico, y eventualmente, a la comercialización en el lugar.

2.2. Tradición y Modernidad en Concepción

En gran medida, en la zona de Concepción, como en el resto de la Cuenca del Mira, la forma y condiciones de existencia de la población negra estuvieron determinadas en su desarrollo – o al menos, fuertemente condicionadas- por la existencia de la estructura piramidal de poder característica de la hacienda, lo cual no posibilitaba autonomía en múltiples aspectos de orden económico, político, social y limitaba considerablemente las posibilidades de cambio. A esto se podía agregar la escasa vinculación e interrelación poblacional existente con respecto a los centros urbanos más próximos y el desinterés estatal por apoyar  efectivamente a estos grupos campesinos en sus reivindicaciones y necesidades sociales básicas.

La precaria economía de la población, consecuencia directa de su condición de fuerza de trabajo explotada y sometida al poder hacendatario, y su reducida vinculación o articulación a la dinámica de la sociedad nacional, constituyeron importantes factores para la conservación por mucho tiempo de tradiciones culturales que tiene que ver con formas y sistemas productivos, estructuras familiares, relaciones intra e intergrupales, hábitos de alimentación, vivienda, vestido, recreación, religiosidad y festividades, usos lingüísticos, etc.

Esta “permanencia cultural” –relativa, por cierto–, pues a través del tiempo fueron produciéndose transformaciones, resultó alterada significativamente con la disolución de la hacienda tradicional y la nueva condición de propietarios de la mayoría de los campesinos, a partir de una posterior y notoria acción del Estado – especialmente como ente generador de servicios sociales – y una gran integración  a los circuitos de mercado tanto comercial como laboral.

En tiempos de la gran propiedad, los exiguos ingresos económicos  de los huasipungueros únicamente permitían una dieta alimenticia basada en producción obtenida de sus pequeñas parcelas, el trueque, y algún producto que esporádicamente se podía comprar en la zona o, muy eventualmente, en la ciudad de Ibarra.

Las chozas de bahareque, y las de “paredes de mano” (hechas en base de barro, sin carrizo [7] ), fueron las viviendas características de los huasipungueros, e inclusive de algunos pequeños propietarios; en ella no había lugar sino para un equipamiento mínimo, fabricado generalmente por los usuarios a partir de materiales de la zona. En aquellos años, los poblados negros constituían conglomerados desordenados de chozas ubicadas en el perímetro de la hacienda, no disponía de agua entubada – peor potable -, tampoco de energía u otros servicios básicos, en algunos caseríos existían escuelas unidocentes funcionando en precarias condiciones, y sólo se podían acceder a ellos a través de caminos de tercer orden o utilizando el ferrocarril Ibarra - San Lorenzo.

El vestuario era bastante pobre y aquí prácticamente no existía lugar para la moda; la recreación de los adultos se limitaba a las reuniones sociales entre amigos y familiares, ingerir licor y jugar naipes, cantar y/o bailar al ritmo de la música tradicional en las fiestas familiares y de los caseríos. El porcentaje de analfabetismo alcanzaba índices muy elevados y sólo unos pocos pobladores  habían logrado terminar la educación primaria.

Para las tareas agrícolas, en las cuales participaban también las mujeres y, en ocasiones, los niños, se empleaba únicamente la energía humana, herramientas como palas y zapapicos, y los bueyes para el arado. No existía mecanización alguna y tampoco se utilizaba abonos químicos, fungicidas o insecticidas de ninguna clase.

La producción en el huasipungo se orientaba fundamentalmente al autoconsumo de la unidad doméstica, generando escasos excedentes que podían destinarse a la comercialización o al intercambio: en estas circunstancias  los contactos con los centros urbanos estaban limitados a eventuales ventas de pequeñas cantidades de ciertos productos (frutas y tubérculos, básicamente) en las ferias semanales, y a salidas para efectuar “diligencias” que requerían de la presencia de los trabajadores en la ciudad.

En la hacienda, las mujeres de los huasipungueros participaban activamente en las tareas del trapiche como “empapeladoras”, es decir envolviendo en hojas de plátano los atados de panela que iban a ser vendidos fuera de la gran propiedad; algunas eran destinadas al servicio doméstico en la casa de la hacienda y a veces en la residencia del patrón en la ciudad. En el campo hacían las labores de deshierbe y el denominado “pateo” o sea circular vigilando los campos de la hacienda: estaban sometidas, igual que los hombres, a las tareas asignadas y a un salario similar. Los niños varones eran articulados al trabajo a partir de los trece años de edad y ganaban un salario mínimo: se ocupaban en arrear carreteras, en hacer montones de caña cortada destinada a la molienda. Después de tres o cuatro años de este aprendizaje pasaban a la categoría de peones, incorporándose a las labores de cualquier trabajador. [8]

Las fiestas más importantes de los caseríos negros se celebraban en honor al santo patrono y a la Virgen: en esas ocasiones la población participaba en actos religiosos (misas, novenarios) con mucho fervor. La fiesta del pueblo constituía, a la vez, una buena oportunidad para divertirse bailando al son de melodías interpretadas por bandas musicales contratadas en pueblos de blanco – mestizos y por los “conjuntos de bomba” [9] , y también para reforzar lazos de amistad y parentesco. El fervor religioso, significativo en la mayoría de la población, se  manifestaba particularmente en las celebraciones de Semana Santa, Cuaresma, Día de Difuntos y Navidad.

Por aquellos tiempos, las fiestas familiares se limitaban a ciertas ocasiones muy especiales (v, gr, matrimonios, bautizos): aquí, después del rito religioso, se festejaba con comida, aguardiente, música y bailes tradicionales. Prácticamente no se conocían las fiestas por cumpleaños u otros motivos distintos a los ya señalados.

Con relación a las unidades domésticas puede decirse que aunque existían ciertas tendencias a la formación de familias nucleares, la modalidad familia ampliada  tenía mayor presencia. La formalización de los lazos conyugales, a través de la ley civil y/o el matrimonio eclesiástico, siempre tuvo mucha importancia para el negro norteño, a pesar de las inevitables excepciones. En este sentido, la “unión libre” nunca fue bien vista por el conglomerado social; de igual manera, la procreación de hijos al margen del matrimonio (“hijos naturales”) y el abandono del hogar por parte de hombres casados. Las posibilidades de establecer relaciones afectivas entre el hombre y la mujer estaban bastantes restringidas debido a un gran control de parte de los padres hacia las hijas, lo cual impedía una comunicación libre y espontánea.

Las normas de la Iglesia Católica con relación a la planificación familiar (condena al uso de métodos artificiales de contracepción, específicamente) eran aceptadas prácticamente por la totalidad de parejas muchas de ellas procrearon una numerosa prole, a la cual resultaba muy difícil mantener.

En la transmisión de conocimientos e inculcación de valores y comportamientos sociales a niños y adolescentes el peso de una tradición de siglos, en la cual el papel de los padres y abuelos fue preponderante, se constituyó en decisiva para la conformación de la personalidad de los individuos y en particular para quienes no llegaron a experimentar las influencias de la educación escolarizada. Todavía la cultura oral manifestaba una fuerte presencia con relación al proceso endoculturativo vigente en la zona.

Por otra parte, las perspectivas sociales con relación a una futura forma de vida se reducían  a las limitadas posibilidades ofrecidas por las haciendas y caseríos: para la gran mayoría de jóvenes no se presentaban otras alternativas viables que las de asumir el mismo modus vivendi de sus progenitores, familiares y coterráneos –como trabajadores de hacienda-, o emigrar a las ciudades en busca de trabajo.

Las precarias condiciones de vida de los huasipungueros estimularon la pervivencia de la reciprocidad y ayuda mutua, como eficaces y necesarios mecanismos orientados a resolver los problemas, necesidades y limitaciones planteadas por una dura cotidianidad: esto fue particularmente desarrollado al interior de los grupos de parentesco sanguíneo y ritual.

A primera vista, y de manera superficial, bien podría pensarse que en la Concepción de hoy, y sus caseríos, nada o casi nada queda de lo que antaño –vale decir hace unas 3 o 4 décadas- constituyeron elementos y manifestaciones culturales propias y diferenciadas del pueblo negro que por siglos laboró en las grandes haciendas cañeras y agrícolas de la zona. Por ejemplo: las típicas chozas de bahareque y paja de caña o de “paredes de mano” han desaparecido, para dar paso a construcciones muy similares –sino idénticas- a las observadas en otras zonas rurales de la sierra norte; el tradicional vestido de la mujer negra(pollera, blusas de colores vistosos, pañuelos de cabeza, collares de cuentas, pañolón para los días fríos) ha quedado relegado al uso de unas pocas mujeres  de edad avanzada, y la gran mayoría de hombres y mujeres de edad avanzada, y la gran mayoría de hombres y mujeres –jóvenes, especialmente- visten ropas similares a las que usan la mayor parte de los ecuatorianos.

Los caseríos tienen ahora, cierto trazado urbano y alguna infraestructura social inexistente en tiempos de las viejas haciendas (v. gr. escuelas prefabricadas, energía eléctrica, agua entubada); la cabecera parroquial – en su trazado urbano, construcciones y servicios básicos- se asemeja a otros pueblos del país. Muchas familias han incorporado a su cotidianidad el uso de artefactos tales como cocinas a gas, televisores, equipos de sonido o radio - grabadoras; se consumen alimentos, bebidas y otros productos industrializados antes fuera del alcance de la gran mayoría de la población. Casi no existen analfabetos –el pueblo de Concepción cuenta inclusive con un colegio de ciclo básico -; hay un buen nivel de escolaridad y algunos individuos han alcanzado un alto grado de formación académica (estudiantes y profesionales universitarios).

Con el transcurrir del tiempo ciertos cultivos destinados a satisfacer la dieta tradicional, tales como la yuca, el camote, el plátano, casi han desaparecido (el área dedicada actualmente a éstos es insignificante) y las tierras se dedican hoy a cultivos comercializables, principalmente tomate, fréjol [10] y maíz. Las familias campesinas se han incorporado así, a una economía monetarizada que depende en gran medida de los vaivenes del mercado.

En la actualidad, los concepcionenses deben vender casi toda su producción para acceder a los alimentos y bienes que ellos no producen: el antiguo mecanismo del trueque ha sido ya olvidado, quedando apenas uno que otro “rezago” de esta práctica cotidiana en tiempo de la gran hacienda. La producción orientada al mercado, si bien genera buenos réditos en temporadas de precios altos, también obliga a los campesinos a la utilización intensiva de insumos industrializados (abonos químicos, fertilizantes, insecticidas, especialmente en el caso del tomate) anteriormente no usados en el cultivo parcelario. En este sentido, el ritmo de las modalidades del trabajo agrícola han cambiado: los tomateros de Concepción dedican hoy mucho de su tiempo y esfuerzos a labores culturales de riego, fertilización del suelo, control fitosanitario, etc.

Sin duda la integración de los circuitos del mercado, tanto comercial como laboral (en éste último caso por parte de quienes buscan trabajo temporal en el ingenio azucarero de Tababuela o en ciudades como Ibarra y Quito) ha determinado una gran movilidad  poblacional, antes desconocida en la zona. El constante ir y venir, hacia y desde los centros urbanos es ahora una práctica cotidiana que evidencia la gran dependencia económica a que está sometida la población y constituye a la vez un importante referente de explicación a cambios culturales que últimamente se han producido en esta zona.

En las ciudades se adquieren, paulatinamente, otros hábitos y comportamientos sociales que se trasladan a los pueblos y caseríos de origen. Con el tiempo, esto hábitos y comportamientos se difunden y asimilan en el ámbito general, llegando a formar parte de la cotidianidad  familiar y social, como ha sucedido –por ejemplo- con nuevos productos de consumo alimenticio, útiles de aseo personal y adorno, ropas y modas, equipamiento doméstico, formas rituales de festejar fiestas de cumpleaños, bodas y bautizos, y nuevas modalidades de entretenimiento familiar (radio y televisión básicamente). Los requerimientos de dinero para solventar las nuevas necesidades son mayores ahora y la vida y perspectivas sociales, en general, de han tornado más complejas.

La asimilación de nuevas costumbres, hábitos, ciertas formas de mirar la vida y la vigencia de nuevas condiciones de subsistencia podrían conducirnos a creer que en lo que en términos antropológicos es conceptuado como rasgos característicos de una “cultura tradicional” han desaparecido por completo en esta zona, o que apenas quedan ya escasas manifestaciones “no relevantes” en función de la estructura y dinámica sociales. Sin embargo, y a pesar de los evidentes cambios que pueden ser detectados, perviven aún entre la población negra manifestaciones y rasgos particulares que conforman parte importante de una tradición cultural de siglos. Resistiéndose a desaparecer, a despecho de las nuevas condiciones de vida y de las influencias externas e inquietudes internas, la música tradicional negra constituye un buen ejemplo de lo afirmado.

2.2.1 La “Bomba” sobrevive...

Desde tiempos inmemoriales, que se remontan a la esclavitud en la hacienda cañera, el negro de la sierra norte encontró en la música y el baile un medio eficaz para recrear, quizás de manera inconsciente, la tradición lejana y perdida del Africa ancestral y, al mismo tiempo, manifestar, por medio de la versificación, vivencias y sentimientos que tienen que ver con realidades del grupo social, experiencias, sueños, frustraciones, ilusiones personales. La “bomba” [11] , verso, música y baile, se constituyó así en un elemento comunicador por excelencia, un vehículo de denuncia y, al tiempo, en manifestación cultural identificadora.

Los grupos musicales tradicionales utilizaban además del tambor, denominado también “bomba”, instrumentos sencillos elaborados a partir de plantas y frutos de la zona, tales como los “purus” (calabazos silvestres secos), hojas de naranjo, el “alfandoque” (caña guadúa rellena con semillas), la “calanguana” (calabazo con incisiones, a manera de guiro), e inclusive quijadas de asno –como instrumento de percusión.

Algunos de estos instrumentos casi han desaparecido, pero otros se han incorporado a través del tiempo. Así, en la actualidad se utilizan guitarras, requinto, guiro, maracas, panderetas, claves; unos pocos grupos que han tenido la oportunidad de comercializar su música, usan inclusive el bajo eléctrico, hecho que habla claramente de afán existente por modernizar la interpretación de la música vernácula en los nuevos conjuntos musicales negros.

La música–bomba, interpretada por los grupos de bomba y las “bandas mochas” (conjunto musical tradicional que utiliza los instrumentos mencionados arriba), se han ido transformando con los años. Así, algunas canciones compuestas en los últimos años dan cuenta de las nuevas realidades e incorporan nuevas modalidades rítmicas. Sin embargo, la finalidad cultural – festiva – comunicacional misma de la “bomba”, su mensaje intrínseco y sus posibilidades de convocatoria, aunque un tanto menguadas con relación al pasado, no han variado.

Cabe anotar que, en los últimos años, ritmos musicales tales como la salsa y el son cubano, el vallenato de la costa atlántica colombiana, y hasta el rap o el afrorock han sido incorporados prácticamente en forma masiva por la juventud de la Cuenca de Río Mira: las evidentes raíces negras de estos géneros son, sin duda el elemento que, sumado a la influencia de la moda, determina su gran aceptación por parte de las nuevas generaciones.

3. NEGROS: UN PROCESO HISTÓRICO DE CAMBIO

“El cambio es una sucesión de diferencias en el tiempo en una identidad persistente”

                                                                                                          -Robert Nisbet-

La esclavitud significó para los africanos negros no solamente la pérdida ignomiosa e injusta de su libertad y el abandono de las tierras ancestrales, cuna y asiento de tradiciones culturales milenarias, sino también el enfrentamiento forzoso y abrupto a desconocidos ambientes geográficos, a condiciones de existencia radicalmente distintas de las originarias. Aquí, en sus nuevos “hogares– cárcel” les sería, desde todo punto de vista, imposible desarrollar su propia vida bajo las mismas normas y circunstancias que en sus regiones de procedencia.

A partir del momento en que negros de diferentes edades, tradiciones culturales, condición social, etc., eran atrapados a viva fuerza por los cazadores de esclavos, para ser comercializados y trasladados a las colonias americanas en condiciones infrahumanas, habría de iniciarse un obligado y continuo proceso de respuesta a nuevas situaciones de vida para quienes sobrevivían al viaje o no perecían en el intento de recobrar su antigua libertad. Desde el instante del apresamiento empezó también para ellos un violento e irreversible proceso de deculturación que continuaría desarrollándose, impulsado insistentemente por los amos, en las zonas de trabajo esclavo.

Varios mecanismos deculturativos fueron implementados por los esclavistas para la obtención de máximos rendimientos  en el trabajo esclavo con el afán de obstaculizar su resistencia y reivindicación. Este proceso determinó pérdidas culturales irreversibles e impulsó a los negros hacia nuevos cambios nunca previstos.

La tradición artesanal del vestido africano y del adorno se perdió definitivamente con la esclavitud, quedando apenas ciertos “africanismos” tales como el gusto por los colores vistosos en las ropas y ciertos peinados femeninos, que todavía se mantienen. Las viviendas, para nuestro caso, fueron construidas por sus propios ocupantes utilizando materiales que se podrían encontrar en los predios de las haciendas (carrizo, paja de caña, barro), siempre junto a la casa patronal y siguiendo un mismo estilo constructivo que no daba lugar a diferencias notorias por jerarquía u otras razones socioculturales.

La deculturación se ejerció también sobre uno de los más importantes elementos culturales de cualquier sociedad: el idioma. Esta manera forzada de “asumir” como único el idioma de los amos determinaría el abandono de las lenguas de origen (de las cuales generalmente solo subsistirían ciertos elementos linguísticos) y una forma particular de manejar el nuevo medio comunicativo, al margen de las convencionales [12] como aconteció en el Valle del Chota y cuenca del Mira.

Dioses, espíritus, rituales y creencias de procedencia africana –en fin, todo lo que tenía que ver con el corpus religioso ancestral- fueron proscritos y una nueva religión se impuso a los esclavos, como parte del proceso deculturativo implementado deliberadamente por los dominadores para lograr sus objetivos. En el Ecuador – y particularmente en el Valle del Chota y cuenca del Mira- de las religiones africanas no quedaron rastros significativos o claramente identificables.

Sin pretenderlo, y aunque parezca contradictorio, la discriminación racial (que también es cultural) contribuyó sustancialmente para que los grupos negros conservaran vivas cierta cosmovisión y manifestaciones culturales propias y a que al mismo tiempo, se pierdan o dejen de lado otras y se asimilen elementos y prácticas culturales de la sociedad dominante.

Para poder sobrevivir como grupo social los descendientes de africanos se forjaron una cultura propia, una cultura negra, como respuesta al nuevo ambiente en el que debía desarrollarse su vida [13] , tomando lo que de útil y funcional podía existir para ellos entre blancos e indígenas, integrando lo que les convenía, haciendo a veces esta selección bajo la influencia de su tradición cultural ancestral, como en el caso de la música. Así, los esclavos negros de la sierra norte iniciaron un proceso de conformación social y cultural particular, con alguna referencia en las lejanas tradiciones ancestrales pero significativamente sustentado en la nueva realidad productiva, económica, social y cultural de la hacienda cañera.

Sin pretender considerar a los factores exógenos como los únicos incidentes en los cambios que se han producido en la parroquia Concepción, especialmente en las tres últimas décadas, habrá que considerar a éstos como los principales impulsores de transformaciones en las condiciones de vida de sus habitantes y en este sentido, como los factores, hechos, o acontecimientos que de diferente manera posibilitaron la adopción de nuevas prácticas, costumbres, y hasta cierto punto, una “nueva manera de ver el mundo” y enfrentar los nuevos retos por parte de la comunidad negra.

La disolución de la Hacienda Tradicional en la zona, vía proceso de Reforma Agraria, se constituyó, al posibilitar el acceso a la propiedad de la tierra y liberar la fuerza de trabajo, uno de los principales factores para la transformación de las condiciones de vida de la mayoría de los pobladores. Si bien las parcelas que recibieron los ex-huasipungueros como compensación a los largos años de trabajo para los hacendados fueron de extensiones muy reducidas y los patrones lograron conservar lo mejor de su territorio, la ruptura de la dependencia casi total con respecto a la hacienda permitió una producción con fuerte orientación hacia el mercado, la libre venta de fuerza de trabajo en otras zonas, y en diferentes condiciones laborales y una mayor migración hacia ciudades. Todo ello contribuiría a un aumento de ingresos, lo que progresivamente elevaría el nivel de vida de muchos –sobre todo de quienes pudieron, vía compra – venta, acceder a tierras de mayor extensión [14] .

El Estado, a través de sus organismos seccionales (municipalidades, en particular) se constituyó especialmente a partir de los años ochenta (creación del cantón Mira), en un fuerte impulsor de mejoras orientadas al beneficio social de los habitantes de la parroquia Concepción. Las obras de infraestructura ejecutadas, tales como vías de comunicación, escuelas, un colegio de ciclo básico y un dispensario médico en la cabecera parroquial, tanques de captación de agua para consumo doméstico, luz eléctrica, etc y ciertos programas de apoyo a los campesinos, evidencian una preocupación oficial mayor que en otros tiempos con relación a las necesidades básicas de la población de esta zona (antes de dominio casi total de los hacendados) y contribuyeron a ofrecer, al mismo tiempo, una imagen distinta a la de los antiguos caseríos olvidados de la época de las grandes haciendas.

La gestión comunitaria, en este sentido, se ha fortalecido y se orienta cada vez más a lograr de parte del Estado un apoyo que expresa anhelos y perspectivas más amplias con relación a la calidad de vida: el negro de hoy, sin los estrechos límites que le imponía el régimen hacendatario, quiere para su familia una mayor holgura económica, educación, salud, y en general mayor bienestar.

4. EL CAMBIO CULTURAL: necesidad de supervivencia y adaptación

El largo tiempo de esclavitud debió, al constituirse en una constante presión aculturadora y sujeción a la normativa patronal, orientar forzosamente el comportamiento social e individual del negro hacia la adopción de formas culturales que, resultando funcionales y convenientes en miras a su supervivencia y reproducción, no se constituían o no eran consideradas como “peligrosas” o atentatorias a la preservación de los fines económicos de la hacienda colonial. Con relación a rasgos y manifestaciones culturales de origen africano, solamente aquello que los amos consideraban como inocuo, y que no valía la pena erradicar, pudo ser mantenido y transmitido de una generación a otra.

Así, los esclavos negros de la sierra norte iniciaron un proceso de conformación social y cultural particular, con alguna referencia en las lejanas tradiciones ancestrales pero significativamente sustentado en la nueva realidad productiva, económica, social y cultural de la hacienda cañera.

Obligados a trabajar y compartir parte de su vida con los pocos indígenas que los jesuitas emplearon en sus latifundios, los negros de Concepción y el Valle integrarían a su vida algunos elementos de la cultura india tales como utensilios domésticos, el consumo de ciertos productos y la preparación de algunos alimentos, el uso de ciertas prendas de vestir, algo de su tradición musical (pentatonía) e inclusive algunos términos lingísticos  quichuas y ciertas formas sintácticas en el lenguaje.

Los amos blancos –religiosos, primero y luego laicos- forzaron a sus esclavos a través del trabajo sistemático e inhumano en la s faenas agrícolas y el trapiche, al aprendizaje de técnicas y destrezas hasta entonces desconocidas para ellos. Estas nuevas prácticas y conocimientos progresivamente se constituyeron en parte sustancial del bagaje cultural del grupo negro, germen de una sociedad que en el futuro se conformaría de campesinos dedicados al cultivo de la caña de azúcar, cereales y otros productos de autoconsumo.

Sin pretenderlo, y obligados por las circunstancias, los trabajadores de las haciendas tuvieron que aprender del amo su religión, su idioma [15] , algunas de sus costumbres y quizás parte de su cosmovisión y mundo valorativo, a riesgo de comprometer aún más su precaria existencia.

El contacto intercultural negro –blanco –indio, aunque en términos notoriamente disímiles en el primer caso (relación negro - blanco) hizo posible una suerte de intercambio cultural en donde el “préstamo” de elementos funcionales a su modus – vivendi se constituyó en práctica común de la comunidad negra al tiempo que se conservaban ciertos “africanismos” en la vida cotidiana. Formas de arreglarse el cabello de las mujeres, alimentación, gusto de los colores cálidos y vistosos en las ropas, formas expresivas en la comunicación cotidiana, maneras de bailes y ritmos musicales, constituyen todavía manifestaciones que aluden a una tradición cultural traída a Concepción por los primeros esclavos.

Existe aquí, como en otras culturas un significativo poder de la tradición que se manifiesta en la preservación y transmisión generacional de formas culturales y cierta resistencia al cambio, al menos con relación a determinadas áreas que pueden comprometer la continuidad de la tradición cultural.

Si bien, la necesidad de supervivencia constituyó a través de siglos de historia, la más poderosa motivación para la comunidad negra desarrollara un decisivo proceso de adaptación y transformación, constituiría un error el considerar únicamente a las cambiantes condiciones económicas, sociales, políticas y culturales a la que esta se ha visto enfrentada (factores exógenos) como el único factor impulsor de cambio sociocultural. La comunidad negra, al igual que otros grupos sociales, no responde y actúa como estructura sociocultural buscando e implementando alternativas sólo cuando se presentan “acontecimientos” críticos que eventual y progresivamente puedan lograr desintegrarla: existen también otros factores –de orden endógeno- que aunque podrían aparecer como insignificantes o de escasa relevancia, sin embargo también contribuyen a orientar al grupo hacia la transformación. De ellos uno de los más importantes es, seguramente la necesidad de innovación.

La realidad social, económica y cultural de la población negra del Chota – Mira amerita mayores estudios y análisis orientados no únicamente a su conocimiento científico sino sobre todo, a lograr un efectivo apoyo al proceso reivindicativo iniciado hace tiempo por los propios actores sociales, y que busca esencialmente se plasme en los hechos la declaración  “Ecuador: país multietnico y pluricultural”...

BIBLIOGRAFÍA

BARSKY, Osvaldo.

1984           La Reforma Agraria Ecuatoriana.  Ed. Corporación Editora Nacional. Quito.

BASTIDE, Roger

1969           Las Américas Negras.  Ed. Paidós. Madrid

BOCK K. Philip.

1977           Introducción a la Moderna Antropología Cultural.  Ed. Fondo de Cultura Económica. Madrid.

C E D E P.

1984           La vida en el Valle del Chota y La Concepción.  Serie Educación Popular Nº 11. Quito.

CORONEL F., Rosario.

1991           El Valle Sangriento: de los indígenas de la coca y el algodón a la hacienda cañera jesuita: 1580-1700.  Ed. FLACSO - Abya-Yala. Quito.

COSTALES, Alfredo y Piedad

1959            Coangue o Historia Cultural y Social de los Negros del Chota y Salinas. Llacta N° 7. Quito.

DIAZ, Oswaldo.

1978           El Negro y el Indio en la Sociedad Ecuatoriana.  Ed. Tercer Mundo. Bogotá.

FRANCO, Juan Carlos.

1991               La Bomba en la Cuenca del Chota-Mira: sincretismo o nueva realidad.  En: Sarance Nº 15. Ed. IOA. Otavalo.

FOSTER, George M.

1964           Las Culturas tradicionales y los cambios técnicos.  Ed. Fondo de Cultura Económica. México.

GLINN, Laura.

1983           Anotaciones sobre los negros en el Ecuador.  En: Cuadernos de "Nueva" Nº 7. Quito.

HALPERN, Joel M.

1973           La evolución de la población rural.  Ed. Labor. Barcelona.

LÉVI-STRAUSS, Claude.

1984           Race et Histoire.  Ed. Gonthier. París.

MEDINA, Henry.

1996           Comunidad Negra y Cambio Cultural.  Ed. Abya-Yala. Quito.

MORENO FRAGINALS, Manuel (rel.)

1977           Africa en América Latina.  Ed. Siglo XXI. México.

RODAS, Hernán

1989           La migración campesina en el Azuay. En: Ecuador Debate N 8. Ed. CAAP. Quito.

Stutzman, Roland T:

1973               La gente morena de Ibarra y la sierra septentrional. En: Sarance N° 7 IOA. Otavalo.



[1] Este trabajo está basado en un texto mayor publicado por el autor bajo el título “COMUNIDAD NEGRA Y CAMBIO CULTURAL: el caso de Concepción en la sierra ecuatoriana” (Ed. Afroamérica. Quito, 1966). Fotografías: 1: portada del libro mencionado. 2 y 3: Diario El Comercio. Quito, Ecuador.

[2] Peñaherrera de Costales y Costales Samaniego: “Coangue o Historia Cultural y Social de los Negros del Chota y Salinas”. Llacta N° 7. Quito. 1959. p 58

[3] Stutzman, R: “La gente morena de Ibarra y la sierra septentrional”. En: Sarance N° 7 IOA. Otavalo. 1973. p. 12.

[4] Huasipunguero: trabajador de la hacienda a quien el propietario entregaba un pedazo de tierra a cambio de su trabajo, por varios días, en la gran propiedad.

[5] Rodas, Hernán: “La migración campesina en el Azuay”. En: Ecuador Debate N° 8, Ed. CAAP, Quito, 1985, p.155

[6] INEC: V Censo de Población y VI de Vivienda 1990.

[7] Caña silvestre utilizada en la construcción de paredes de la vivienda tradicional.

[8] Espín, J. et. al: “Campesinos del Mira y del Chanchán”. Quito, 1993, p 112

[9] Grupos musicales que interpretan la música tradicional de los negros de la cuenca del Chota-Mira.

[10] Aunque una pequeña parte de la producción de esta gramínea se la destina al autoconsumo familiar, en épocas de “buenos precios” prácticamente se vende todo.

[11] “La bomba” es el nombre utilizado para designar el instrumento vernáculo principal con el que se ejecutan canciones compuestas por trovadores lugareños, una especie de tambor que se toca con las manos –y a veces hasta con el codo, el pie e inclusive la  quijada – Se denomina también así al baile típico que ejecutan las parejas o grupos al son de los cantos interpretado por el grupo instrumental. Además, la música tradicional del negro de esta zona es conocida como música- bomba”.

[12] En: Moreno Fraginals, Manuel (rel): “Africa en América Latina”, México, 1977, p. 25.

[13] Bastide, Roger: “Las Américas Negras” Madrid, 1969. p. 29

[14] Como consecuencia del desigual acceso a la tierra se puede advertir fácilmente un diferente nivel de vida entre los ex – huasipungueros y ,al mismo tiempo, un significativo contraste en el nivel de desarrollo de la cabecera parroquial con respecto a los caseríos de su jurisdicción.

[15] Si como afirman los esposos Costales, los esclavos traídos por los jesuitas desde Colombia eran  “criollos ladinizados” es seguro que ellos debían tener ya un suficiente conocimiento de español, o al menos en forma rudimentaria, que les permitiera la comunicación entre sí y con sus amos (Cfr. Costales, 1959. p. 68)


Buscar en esta seccion :